Cuando nos enfrentamos a una hoja en blanco, experimentamos un momento único e inicial en nuestra obra. Para algunos, es simplemente dejar fluir lo que surja; para otros, implica una cuidadosa planificación. Personalmente, siento una mezcla de ansiedad y emoción por descubrir qué surgirá de ahí. Nos invade un poco de pánico y estrés, pues no sabemos por dónde empezar. Tijeras, lápices, revistas, plumones… las opciones son infinitas. ¿Debemos dibujar, rayar, escribir o simplemente dejar que nuestra mente se vacíe, como la hoja misma, y plasmar garabatos sin sentido? Podemos centrarnos en buscar temáticas, sentido y coherencia, o simplemente disfrutar de la libertad sin fronteras lógicas que nos ofrecen las respuestas creativas.
Frente a la hoja en blanco, es beneficioso planificar y prepararnos para lo que vendrá. Cuestionar cada momento, anticiparnos al estrés y trabajar en las temáticas que deseamos abordar, con las herramientas que tengamos a mano. Esta dura aventura cerebral concluye cuando tomamos decisiones y nos permitimos simplemente explorar y dejarnos llevar.
El lápiz, que plasma con su tinta el punto sobre el papel, traza una línea hacia otro punto en ese mismo papel, marcando así el inicio en una hoja en blanco. Esas señales son nuestras invitaciones para empezar a explorar y dar vida a nuestras ideas creativas.
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